Si se nos preguntara cuál es el fin que persigue la Masonería moderna diríamos que alcanzar una sociedad humana más armónica, más justa y más fraternal, a partir de una mejora personal de los individuos que la componen.
Estudiosa de todos los movimientos filosóficos, científicos y religiosos, la Masonería se nutrió a lo largo del Renacimiento y posterior a él, de todas las corrientes de pensamiento que pretendían, a su manera, mejorar a la raza humana, y con paso firme ingresaron a ella los rosacruces,como ya lo habían hecho con antelación los alquimistas, los hermetistas y los kabbalistas, que convivían en las logias con los constructores de las catedrales.
Girando alrededor del perfeccionamiento del hombre y del mundo, la Masonería especulativa se centraría en la figura de la Confraternidad Universal. Para algunos ésta ya era un realidad al quedar constituida la Masonería, pero para otros seguía siendo una aspiración en 1717, cuando en Londres se congregaron cuatro logias y dieron paso a la etapa moderna de la Masonería.
Para Oscar Wirth, lo que nació en 1717 fue una confraternidad que se afirmaba como universal y que debía quedar abierta a todos los hombres de reconocida moralidad, sin distinción de religión, de opiniones políticas, de nacionalidad, de raza ni de posición social.
Esta asociación, dice Wirth, tenía por finalidad lograr que sus adheridos se quisieran a pesar de todo cuanto podía diferenciarlos. Su deber era estimarse mutuamente y esforzarse en comprenderse aunque los distanciara su manera de pensar o de expresarse.
Por su parte, el caballero Andres Ramsay ofreció en 1736 otro punto de vista respecto a la Confraternidad Universal en su célebre discurso pronunciado en la logia Luneville, de Francia. Ahí proclamó que el ideal de la Masonería era una confraternidad de hombres cultos, un Imperio Espiritual que cambiaría al mundo.
Hijo de padres protestantes y convertido al catolicismo, Ramsay dijo que la Masonería "es un establecimiento cuyo fin es la reunión de los espíritus y de los corazones para hacerlos mejores, y formar en la sucesión de los tiempos una nación espiritual en la que, sin derogar los diversos deberes que exige la diferencia de los Estados, se creará un pueblo nuevo que, participando de varias naturalezas, las cimentará todas, en cierto modo, por los lazos de la virtud y de la ciencia".
Con ello, el caballero Ramsay se refería a los tres grados de la Masonería a los que llamó: Novicios o Aprendices, Compañeros o Hermanos que han profesado, y Maestros o Hermanos Perfeccionados. Según su discurso, estos son necesarios para practicar respectivamente las virtudes morales, las heroicas, y las cristianas. No olvidemos que Ramsay remitía el origen de la Masonería a la época de las Cruzadas.
Independientemente de cuál sea el origen de la Confraternidad Universal como aspiración masónica, justo es ubicarnos en las etapas de la Edad Media y el Renacimiento cuando los pensadores de ese tiempo escribieron tratados filosóficos sobre una sociedad ideal porque anhelaban un futuro mejor para la humanidad. Célebres son, por ejemplo, "La Ciudad de Dios", de Agustín de Hipona (354-420); "Utopía", de Tomas Moro (1478-1535); "Nueva Atlántida", de Francis Bacon (1561-1626) y "La Ciudad del Sol" de Tomás Campanella (1568-1639), entre otras obras.
En todas ellas está la aspiración de un mundo mejor como destino final del hombre, tal como desde los inicios del cristianismo se hablaba de la "Nueva Jerusalén", y en los grados del filosofismo masónico de la "Jerusalén Celeste", que habrá de descender a la Tierra tras el triunfo del bien sobre el mal, de la luz sobre las tinieblas.
En el siglo XIX los masones liberales creyeron que la instauración de las repúblicas constitucionales y democráticas frente a las tiranías absolutistas significaban un paso hacia la sociedad ideal donde fuera posible la anhelada fraternidad humana, fin último de la institución masónica.
Como sea, la Confraternidad Universal de la que habla la Masonería sigue siendo un antiguo anhelo que no se perdió ni con la revolución científica, ni con el Siglo de las Luces. Siempre pensaremos que el mundo en que vivimos puede mejorarse a partir del perfeccionamiento de quienes lo habitamos, para dar paso a una humanidad donde sean posible los valores supremos de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad.
Por lo anterior, el Rito Escocés Antiguo y Aceptado resume así su misión:
Buscar aquello que es lo más valioso en el mundo.
Exaltar la dignidad de cada persona, la parte humana de nuestra actividades diarias y el servicio máximo a la humanidad.
Ayudar a los hombres en su búsqueda de identidad, desarrollo y destino en el universo de Dios.
Y, de este modo, conseguir mejores hombres en un mundo mejor, hombres más felices en un mundo más feliz y hombres más sabios en un mundo más sabio.
Dicho sencillamente, la meta final de la Masonería es el desarrollo moral, espiritual e intelectual de los hombres.
Para Oscar Wirth, lo que nació en 1717 fue una confraternidad que se afirmaba como universal y que debía quedar abierta a todos los hombres de reconocida moralidad, sin distinción de religión, de opiniones políticas, de nacionalidad, de raza ni de posición social.
Esta asociación, dice Wirth, tenía por finalidad lograr que sus adheridos se quisieran a pesar de todo cuanto podía diferenciarlos. Su deber era estimarse mutuamente y esforzarse en comprenderse aunque los distanciara su manera de pensar o de expresarse.
Por su parte, el caballero Andres Ramsay ofreció en 1736 otro punto de vista respecto a la Confraternidad Universal en su célebre discurso pronunciado en la logia Luneville, de Francia. Ahí proclamó que el ideal de la Masonería era una confraternidad de hombres cultos, un Imperio Espiritual que cambiaría al mundo.
Hijo de padres protestantes y convertido al catolicismo, Ramsay dijo que la Masonería "es un establecimiento cuyo fin es la reunión de los espíritus y de los corazones para hacerlos mejores, y formar en la sucesión de los tiempos una nación espiritual en la que, sin derogar los diversos deberes que exige la diferencia de los Estados, se creará un pueblo nuevo que, participando de varias naturalezas, las cimentará todas, en cierto modo, por los lazos de la virtud y de la ciencia".
Con ello, el caballero Ramsay se refería a los tres grados de la Masonería a los que llamó: Novicios o Aprendices, Compañeros o Hermanos que han profesado, y Maestros o Hermanos Perfeccionados. Según su discurso, estos son necesarios para practicar respectivamente las virtudes morales, las heroicas, y las cristianas. No olvidemos que Ramsay remitía el origen de la Masonería a la época de las Cruzadas.
Independientemente de cuál sea el origen de la Confraternidad Universal como aspiración masónica, justo es ubicarnos en las etapas de la Edad Media y el Renacimiento cuando los pensadores de ese tiempo escribieron tratados filosóficos sobre una sociedad ideal porque anhelaban un futuro mejor para la humanidad. Célebres son, por ejemplo, "La Ciudad de Dios", de Agustín de Hipona (354-420); "Utopía", de Tomas Moro (1478-1535); "Nueva Atlántida", de Francis Bacon (1561-1626) y "La Ciudad del Sol" de Tomás Campanella (1568-1639), entre otras obras.
En todas ellas está la aspiración de un mundo mejor como destino final del hombre, tal como desde los inicios del cristianismo se hablaba de la "Nueva Jerusalén", y en los grados del filosofismo masónico de la "Jerusalén Celeste", que habrá de descender a la Tierra tras el triunfo del bien sobre el mal, de la luz sobre las tinieblas.
En el siglo XIX los masones liberales creyeron que la instauración de las repúblicas constitucionales y democráticas frente a las tiranías absolutistas significaban un paso hacia la sociedad ideal donde fuera posible la anhelada fraternidad humana, fin último de la institución masónica.
Como sea, la Confraternidad Universal de la que habla la Masonería sigue siendo un antiguo anhelo que no se perdió ni con la revolución científica, ni con el Siglo de las Luces. Siempre pensaremos que el mundo en que vivimos puede mejorarse a partir del perfeccionamiento de quienes lo habitamos, para dar paso a una humanidad donde sean posible los valores supremos de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad.
Por lo anterior, el Rito Escocés Antiguo y Aceptado resume así su misión:
Buscar aquello que es lo más valioso en el mundo.
Exaltar la dignidad de cada persona, la parte humana de nuestra actividades diarias y el servicio máximo a la humanidad.
Ayudar a los hombres en su búsqueda de identidad, desarrollo y destino en el universo de Dios.
Y, de este modo, conseguir mejores hombres en un mundo mejor, hombres más felices en un mundo más feliz y hombres más sabios en un mundo más sabio.
Dicho sencillamente, la meta final de la Masonería es el desarrollo moral, espiritual e intelectual de los hombres.
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